El BUEN MAIZ SALE PRIMERO DE OLLANTAYTAMBO
Descripción
etnohistórica moderna.
En el colectivo ordinario, siempre queda el dato nada
falso, que el buen maíz sale primero en Ollantaytambo. Semilla sagrada que
acompañó y acompaña a nuestro pueblo.
Desde la entrada hasta sus últimas extensiones, el
maíz cuan alfombra de tributo enverdece nuestros campos, intercambiando savias
o esencias con la tierra ollantina. El maíz te recibe y también te despide.
Con paso lento, como quien disimula malestar, empezaba
a caminar por la ciudad Inka viviente, cuando ante la visita inoportuna, fuimos
a contemplar la entrada, me ofrecieron un vaso de chicha ¿cómo rechazar tal
detalle liquido? Ante tal gesto de consideración agradecí vertiendo unas gotas a
la tierra. Antes de libar un sorbo, recordé que aún tenía los estigmas de una
operación, con una preocupación fingida me detuve… pero al instante recordé que
el médico me dijo, - Mijaíl, come y toma solo cosas naturales-, y que más
natural que la chichita fruto de la tierra y del trabajo de los hombres. Sin
embargo, quedaba otra preocupación, que tendría que ser disuadida, pregunté –
mamita, ¿no tiene punta no? - y ante la
carcajada certificó: - no hermano, es natural noma- la respuesta me tranquilizó
y fui uno con chicha.
Todos saben que en el periodo incaica esta semilla fue
venerada con cierto matiz sagrado, ofrecido en ceremonias como correspondencia
de los bienes recibidos de la madre tierra. Ya en la época de la colonia “la
base fundamental de la explotación del maíz en Ollantaytambo fueron las haciendas
sólidamente constituidas en el siglo XVIII” ( Amat Olazabal: 198) fueron muchos los que trabajaron el maíz,
como lo hacen hoy, queda en los registros históricos que dos de las ordenes
religiosas con aciertos y desaciertos, dinamizaron la producción del maíz, por
una lado los “bethlemitas con sus haciendas en Pachar, Sillque y Cachitaca,
produciendo el 32 y 37 % del total del maíz cosechado en Ollantaytambo” (Cf. Glave
y Remy, 1983: 110-13) pero existía también la orden de los agustinos, quienes
les llevaban la competencia, con sus haciendas, nombradas Chillca, Phiri y
Tantac, situadas en la margen derecha del mismo río, producción alrededor del
36 al 49% (Amat Olazabal: 201)
Cada uno es hijo de su tiempo. Y la historia siendo en
si misma dinámica siguió su curso.
A estas alturas de la lectura, muchos se preguntarán
¿qué tipo de maíz crece o se produce en Ollantaytambo? “Dos son básicamente las razas o variedades
de maíz que se cultivan en Ollantaytambo y en el resto del Valle Sagrado de los
Incas: el blanco o paracay sara y el amarillo o uwina sara. La primera se caracteriza por el gran tamaño
de sus granos de color blanco; una variedad de esta raza es el "blanco
imperial", más conocida como el "gigante Urubamba", especie
lograda mediante cambios genéticos en la época
incaica o en la inmediatamente anterior a ella, y adaptada sólo a
ecosistemas propios del Valle Sagrado, entre los 2500 a 3000 metros sobre el nivel
del mar.
El maíz amarillo o "uwina sara" es de uso
más popular; presenta granos más pequeños, con la mazorca más corta y de forma
cónica; es muy empleado en el "mote" y en la preparación de la chicha
o “aja”.
Se cultiva en ecosistemas que superan los 3400 metros
de altitud y se reproduce fuera del ámbito del Valle Sagrado.
Existen, además las variedades llamadas en quechua "saksa",
de grano anguloso y colores variados, el "chaminko", harinoso u de
matices jaspeados, y el "koshisara", entre otros. ” ( Amat Olazabal: 205-206)
Si alguno aun así no queda convencido de la sacralidad
y de las propiedades curativas de esta bebida económica, quiero compartirles
que en la epidemia de 1720 donde Esquivel y Navia dice que no se había visto algo
parecido desde la peste de 1689-90, agregando que la de 1720 incluso "fue
mayor, pues morían en gran número de todas edades y sexos, y principalmente indios
cuyas casas y pueblos quedaron asolados... (citado en Polo, 1913: 78) Juan B. Lastres, en su Historia
de la Medicina Peruana (1951), sostiene que la epidemia que atacó el Cuzco en
1720 fue la del tifus exantemático, epidemia que también se combatió con la
brebaje andino, con la rica y deliciosa chicha, con un valor nutricional “principalmente
las vitaminas B y C, energía, proteínas, glúcidos, fibra, calcio, hierro, etc”.
(Fernández Díaz:2015, 105) su consumo moderado, y enfatizo el moderado ayuda a:
“Desarrollar propiedades diuréticas, recomendada para
las personas diabéticas, ayuda a bajar de peso. Ayuda a sentirnos relajados
cuando estamos cansados. Ayuda a bajar
la presión arterial. Ayuda a que los
hombres no sufran de la próstata. En casa de sufrir de alguna enfermedad renal.
Beberla, nos dará ganar de ir al baño y eliminaremos toxinas. Posee propiedades
medicinales contra las enfermedades del corazón. Ayuda a prevenir la gripe”. Y
si nos ayudó en 1720 entre otras epidemias, ¿no será que también es un
energizante para sobrellevar esta pandemia?
Haciendo un estudio comparado con las culturas
mesoamericanas (centroamérica), surge una pregunta ¿Quién cultivo primero el
maíz los mesoamericanos o la región andina?, una pregunta que no nos debe
quitar el sueño, porque todo cusqueño sabe que “el buen maíz sale primero en
Ollantaytambo” por lo tanto, se puede concluir con un dato sencillo, mientras que
en las culturas del centro de américa que cultivaron el maíz, se prefería
consumirlo como harina, nosotros nos lo tomábamos, ahora eso no quita que ellos
también lo beban, o que nosotros convirtamos el maíz en harina.
Hoy por ejemplo mientras en México celebrarán a la
Virgen de Guadalupe con sus tacos o tortillas de maíz, yo celebraré tomando mi
chichita.
BIBLIOGRAFÍA.
-
AMAT OLAZÀBAL, Hernan, Arqueología
y Etnohistoria de Ollantaytambo
-
GLAVE, Luis M- REMY, María Isabel. Estructura Agraría y vida rural en
una región andina. Ollantaytambo entre los siglos XVI y XIX, 1983
- A. TONATIUH ROMERO CONTRERAS Y LAURA ÁVILA RAMOS, Mesoamérica: historia y - reconsideración del concepto, CS 1999
-
Fernández Díaz, Edulgerio . La
chicha, una refrescante tradición peruana UCV-HACER. Revista de
Investigación y Cultura, vol. 4, núm. 1, enero-junio, 2015, pp.102-107