"Confianza y Traición dentro de cada uno... es una verdad con distracción"
Es
curioso, observar y comparar revistas de 1980 con unas modernas, sobre todo cuando se trata de aspectos como la moda,
belleza y tendencia.
La
preocupación por la imagen siempre está presente como motivación o angustia,
pues tanto el 1980 como en el 2017 la imagen, nuestra imagen sí importa.
¿Hay
algún problema con esto?
Pues
no, hasta a las plantitas las podamos y
regamos para que se vean bien, y ¿porque no tener esos detalles con nosotros
mismos para vernos bien? Decía un gran amigo.
¿Solo
importa verse y sentirse bien?
Muchos
viven muy pendientes de su imagen, algunos cayendo en exageraciones que para
una cultura plástica y del espejo resulta normal y hasta necesario.
Vivimos
cuidando nuestro estilo, otros prefieren cambiarlos constantemente, intentando
estar en sintonía con lo que está de moda.
¿Podemos
reconocer cual es nuestro estilo? ¿Siempre asumimos la moda presente como
criterio indispensable para vestirnos, pensar y actuar?
Después
de interrogarnos por nuestro estilo, surge una pregunta mucho más profunda:
Quien
no ha querido que le acaricien las orejas pidiendo que hablen de nosotros, o en
el mejor de los casos, quien en algún momento no preguntó a sus amigos: ¿Qué
dice de mí? ¿Le caigo? ¿Le gusto?
Yo
no hice esta pregunta directamente, pero este domingo después de superar una
ilusión, nos sentamos a compartir una pizza y en medio de las risas y el
silencio, supe lo que decían y pensaban de mi hace algunos años… todos
coincidieron en una palabra…. El tiempo pasó y la verdad desagradable asoma.
¿Te
afecta lo que los otros dicen de ti? O eres de los que muy superfluamente dices
¡no me importa lo que dicen de mí! ¡Las
palabras se las lleva el viento! ¡Pues no, las palabras no se las lleva el viento, animan y edifican o matan y destruyen! ¡No se va
indiferente, nos afecta!
¿QUIEN DICE LA
GENTE QUE SOY YO?
¡Interesante!,
Jesús pregunta a sus discípulos…
¡Conozcamos
el texto!
(Mateo
16,13-20)
13
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:
«¿Quién dicen los hombres que
es el Hijo del hombre?» 14
Ellos dijeron:
«Unos,
que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los
profetas» 15 Les dijo: «Y ustedes ¿quién dicen que
soy yo?» 16 Simón Pedro contestó: «Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» 17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres
Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino
mi Padre que está en los cielos. 18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro,
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no
prevalecerán contra ella. 19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y
lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la
tierra quedará desatado en los cielos». 20 Entonces mandó a sus discípulos que
no dijesen a nadie que él era el Cristo.
¿Quería
que le acaricien los oídos? ¿Algún discípulo “relajado” se atrevería a decir
cosas no tan gratas?
¿Realmente
le importa a Jesús lo que los demás decían de Él?
Es
una pregunta curiosa, y los discípulos le responden rápido, porque es fácil
hablar de los demás. ¡Ah, dicen que eres: Juan, Elías, Jeremías…. esto y aquello!
Pero que silencio insondable
se siente cuando la pregunta se dirige personalmente: ¿Y tú quien dices que soy yo?
La
respuesta, si es que la tienes se vuelve compleja y nunca llega satisfacer del
todo.
Y
siempre hay alguien que levanta la mano, o salta a responder…
O como
los voluntariosos de mis compañeros que sutilmente me decían todo lo que había
sido en el pasado…
En esta
ocasión Pedro responde «Tú eres el Cristo, el Hijo de
Dios vivo». Esta respuesta es el núcleo de toda cristología, es
decir, Pedro fácil y aprobó el examen oral y existencial. Mencionar que Jesús
es el Cristo (Mesías), ya es una confesión de fe profunda, ya no lo ven como
otro “súper hombre” sino como Dios.
Jesús,
se habrá sentido tranquilo al escuchar aquella confesión, como cuando
escuchamos que hablan de nosotros y realmente nos conocen.
Yo a mi vez te digo que tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Esta verdad es suficiente para escribir todo un
libro, porque nos habla de la institución de la Iglesia, y no de su nacimiento
o fundación, porque ella ya existía desde la eternidad (Cf. B.Forte, La Iglesia
Icono de la Trinidad)…
Jesús dejará
a Pedro las llaves del Reino de los
Cielos, y mi madre seguirá respondiendo a todo lo que le pida: “Cuando San
Pedro baje el dedo”… ósea nunca.
Pero
Pedro en este domingo que viene será llamado Satanás «el enemigo, el que desvía del camino,
la piedra de tropiezo», es increíble como Jesús le concede un poder
convirtiéndolo en “Piedra de la Iglesia” y al poco tiempo lo llame “piedra de
tropiezo” porque quería impedir su muerte en la Cruz. (Cf. Ratzinger, El nuevo
Pueblo de Dios)
¿Cuántos
de nosotros somos piedra de tropiezo de muchos?
No tenemos cola, ni cuernos pero fácil y somos unos satanaces. O aunque
no seamos piedras de tropiezo, quizás seamos piedritas en el zapato, pequeñitas
pero como molestan.
Este es
el modo de actuar de Dios, en la flaqueza…
Porque pueden confiar en nosotros pero también están sujetos a que los traicionemos.
Allí actúa Dios, que no se deja intimidar por esa traición, por el pecado, por
nuestra debilidad.
Esta es
la dialéctica que mueve muchas de nuestras historias, somos seres de confianza
y de traición… ¿Cómo pasar de la traición a la confianza?
Un pasito: el PERDÓN.